César Rojas Ponce nació en el pueblo Tovar en 1937, siendo el hijo de Secundino Rojas y Candelaria Ponce, formando parte de una familia numerosa compuesta por siete hermanos: Candelaria, Carmela, María, Pausalino, Carlos, y Mario. Fue el esposo de Ramona Rojas y se destacó como un apasionado cazador, una actividad vital en esos años, necesaria para alimentar a su esposa y a sus siete hijos. Pasaba meses en las montañas, acompañado por su fiel perro Kaiser, quien lamentablemente falleció tras ser picado por una mapanare. César siempre será recordado con la frase: "Si mi padre corredor me vendiera a un entierro, yo sería el primero en pagarle para que me dejara el entierro. KAISER, te recordaremos por siempre".
Toda su vida fue un trabajador incansable. Con sus propias manos preparó un terreno, construyó una pequeña casa y la dividió en pequeños lotes como herencia para sus hijos. Además, cultivaba los terrenos y producía alimentos para consumo propio y venta en la carretera, contribuyendo así a la canasta básica. Su historia es un ejemplo de cómo una persona puede salir adelante y trabajar incansablemente por su familia, sin importar lo humilde de su origen.
César era conocido entre sus amigos más cercanos como "checharoja" y era un amigo leal de los que rara vez se encuentran en la época actual. Incluso llegó a considerar vender su casa para ayudar a un amigo que tenía problemas legales, una acción polémica en su momento, pero que refleja los valores de honor y lealtad que eran fundamentales en esa época. A sus hijos les tenía apodos cariñosos: a Suly le llamaba "chimoito", a Lucila le decía "Chila" y a su hija mayor, Isabel, le llamaba "la chata".
César tenía un gran sentido del humor y solía hacer bromas, incluso algunas pesadas. En una ocasión, mientras trabajaba en el campo con su hijo, su esposa Ramona llegó con el almuerzo para los trabajadores. César, a modo de broma, subió a un árbol y orinó sobre su esposa mientras ella caminaba debajo. Naturalmente, ella se enfadó y comenzó a arrojarle naranjas y plátanos desde lejos, gritando: ¡SIN VERGÜENZA, MALUCO!
Cuando era joven, se presentó en el pueblo de La Azulita para enlistarse en el ejército, pero el jefe civil de apellido Del Carmen, al verlo entre los candidatos, le dijo entre lágrimas y un poco afectado por el alcohol: "César, sal de aquí y ve a cuidar a tus muchachos". En ese momento, César prometió a su esposa Ramona que, cuando tuvieran un hijo, este tendría que cumplir su servicio militar. Su único hijo varón, Secundino, cumplió ese deseo y se convirtió en un destacado miembro del ejército venezolano.
César enfrentó problemas cardiovasculares a lo largo de su vida y sufrió dos infartos mientras estaba hospitalizado. Los médicos le apodaron "el muerto vivo" y aseguraban que no sobreviviría a otro infarto. Desafortunadamente, tenían razón.
El 7 de diciembre de 1965, César falleció mientras recogía café en San Rafael. Su esposa Ramona, ocupada en ese momento, lo descubrió en el suelo y corrió a la escuela donde estaban sus hijos gritando: "¡CÉSAR ESTÁ TIRADO EN EL SUELO, ESTABA RECOGIENDO CAFÉ Y PARECE QUE SE MURIÓ!" Secundino, con tan solo 7 años en ese momento, recuerda cómo su padre dejó caer guayabas que había recogido en el suelo mientras era transportado por otros, y su hija menor, Milagros, era apenas un recién nacido.
César era muy querido por los niños, ya que siempre jugaba con ellos y les prestaba atención. Cuando falleció, la profesora Paulina, quien enseñaba a Lucila y Secundino, pidió que salieran del aula en señal de duelo, lo que entristeció a todos los niños.
En su funeral, se decidió retirar una plancha dental de oro puro antes de enterrarlo, debido a creencias sobre no enterrar a alguien con oro. Ramona conservó la plancha de oro con la intención de hacer zarcillos o un anillo, pero lamentablemente la perdió.
Los restos de César descansan en el cementerio de La Azulita, Estado Mérida. Su memoria perdura como un ejemplo de trabajo arduo, lealtad y amor por su familia.
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