A principios del nuevo milenio, me encontraba en mi etapa adolescente y ya había empezado a trabajar como programador muy ocasionalmente. Esto significaba que disponía de dinero para gastar en caprichos y cosas sin importancia. Probablemente, nada me generaba tanta satisfacción como derrochar mis ingresos en una tienda ubicada en la calle 42, llamada "Todo a Mil" (no estoy seguro si era su nombre oficial o simplemente un término coloquial).
En este establecimiento, se vendían todo tipo de baratijas nuevas por tan solo 1000 bolívares, una suma bastante asequible en aquel momento. Vale la pena mencionar que Venezuela experimentaba una relativa bonanza económica debido al aumento en el precio del petróleo, lo que se traducía en una mayor disponibilidad de efectivo. Me pregunto cuánto dinero llegué a gastar en esa tienda en particular.
Mis gastos se dividían principalmente entre dos actividades: jugar en la PlayStation, que costaba 500 bolívares por hora, o comprar en "Todo a Mil". Este pequeño relato está relacionado con ambas experiencias y cómo influyeron en mi vida en ese momento.
Uno de los días que fui a comprar, tenía que caminar solo dos cuadras y media para entrar en esa tienda tan ordenada y limpia, donde podía comprar cosas. Creo que antes de eso, lo único que compraba eran cosas en cualquier bodeguita de esquina. Allí vi una navaja suiza de un elegante color vinotinto que tenía múltiples funciones, como cortar, destapar, sacacorchos e incluso un poco práctico cortaúñas. La compré y empecé a llevarla en mi bolsillo. Venezuela, desde que tengo uso de razón, es un país peligroso debido a la delincuencia, así que al tener la navaja en el bolsillo, pensaba erróneamente que estaba protegido.
Los días de vacaciones de esa época eran épicos. Mi abuela nos preparaba un desayuno siempre puntual. Recuerdo con mucho cariño las arepas fritas cortadas por la mitad, con un par de huevos criollos y una taza de café. Mi hermano, el de la curiosa personalidad, y yo comíamos en la sala viendo televisión, con el perro Duque sentado a nuestro lado esperando algunas migas, y pasábamos casi todo el día viendo MTV, esperando que pasaran videos de rock mainstream. Habíamos aprendido este gusto por la música de uno de nuestros primos, quizás el que más recuerdo tengo forjado de mi etapa pre-adolescente, ya que, a pesar de ser mayor, dedicaba bastante tiempo a compartir con nosotros.
Por lo general, mi primo se llevaba mejor con mi hermano, ya que sus edades eran cercanas. Ademas, a diferencia de nosotros, a él le daban dinero, que siempre gastábamos en videojuegos en la esquina de la calle 42 con la Avenida Venezuela, donde un comerciante chino tenía un negocio de alquiler de videojuegos. En esa época, uno de los juegos que más jugábamos era Dragon Ball. En un día en particular, ellos dos maquinaron una escapada porque juntos podían pagar una hora. Yo me ofrecí a acompañarlos aduciendo que sería su protección y acaricié mi navaja suiza en el bolsillo derecho de mis jeans. Mis zapatos, que mi mamá había comprado en el mercado San Juan, tenían mal olor porque previamente me había puesto unas medias mojadas, pero no me importó y me los puse así. Eran unos zapatos grises claros que tenían partes que brillaban un poco. No eran originales, pero estaban nuevos y eran bonitos. No teníamos mucho dinero, por lo que esos zapatos debían durar todo el año escolar. Me puse los zapatos hediondos y fuimos a ver al chino.Llegamos y alquilamos la PlayStation 1 y el juego de Dragon Ball por una hora. Yo tomé una silla y me senté detrás para verlos jugar. No habían pasado ni 10 minutos cuando un grupo de jóvenes, quizás menores de edad, pero no menores de 16 o 17 años, se acercaron a mí y comenzaron a preguntar la talla de mis zapatos. Me asusté un poco, pero no demasiado, y les dije, "¿Qué te importa?". Insistieron en saber la talla y recordé que tenía mi navaja para protegerme, pero era incapaz de usarla de ninguna manera.
El líder del grupo del que estoy hablando intentó quitarme el zapato para ver la talla, y de manera valiente, le di una patada en la mano. En ese momento, sacó un cuchillo o navaja, no estoy seguro, y me dijo que le diera los zapatos. Me asusté muchísimo, era mi primera experiencia con la delincuencia. Solo recuerdo que, asustado, empecé a decir tonterías como "Soy estudiante," como si por eso el delincuente fuera a decir, "No lo robemos, el chamo estudia." Mis acompañantes seguían teniendo batallas de Dragon Ball sin mirar atrás, y yo pensé que no se habían dado cuenta de la apremiante situación.
Me quitó mis zapatos. Recuerdo que cuando me sacó el zapato, sentí dentro del miedo bastante vergüenza por el mal olor que desprendían mis zapatos. Me provocaba pedirle disculpas al delincuente. Pero me quitó ambos zapatos, se los puso y, por compasión, me dio los zapatos que él tenía, que eran unos zapatos de cuero un poco rotos en el dedo gordo del pie derecho. Luego revisó mis bolsillos buscando dinero y solo encontró mi navaja suiza. Me dijo, "¿Cómo es que eres estudiante, mamaguevo?". Yo estaba muerto de miedo y solo atiné a decir, "La compré en 'Todo a Mil'". Me robó todo y me advirtió que si lo seguíamos, me iba a matar.
Los jugadores seguían enfrascados en su juego, y mis piernas temblorosas, que tiemblan cuando estoy asustado, me mantenían de pie. Le dije a mi hermano que teníamos que esperar a que se fueran, ya que podrían estar esperándonos afuera, y él estuvo de acuerdo. Así que continuaron con otra batalla más en el juego, mientras mi primo, que parecía de piedra, jugaba sin decir una palabra.
Terminó la batalla en la PlayStation y cuando íbamos a comenzar otra, explotó. Lo cual era comprensible, ya que era el menor y nunca había pasado por una experiencia como esa. Recuerdo que comenzó a llorar mientras decía esta frase que quedó marcada en la memoria para siempre:
- YO ME QUIERO IIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIR
El resto de la historia tal vez le moleste un poco a mi mamá. Tenía miedo de que ella me castigara o, peor aún, me prohibiera volver a los videojuegos, quedarme en casa de mi abuela o restringiera las libertades que ya tenía con mi adolescencia. No le dije nada del robo, solo le mentí y le dije que quizás los zapatos los había dejado en casa de mi tía. Mi mamá pasó meses buscando los zapatos y me hacía buscarlos a mí, pero obviamente yo fingía buscar solo cuando ella me veía. Al final, fui a clases durante todo el año escolar con los zapatos que el delincuente me dejó. Mi papá, que no solía prestar mucha atención a los detalles de la crianza (mi mamá hubiese preguntado de dónde los saqué) los limpió y los dejó como nuevos sin saber de dónde los había sacado. Sin embargo, siempre que los miraba, me sentía mal con esos zapatos viejos, aunque al menos no olían mal.
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