El Sueño de un Niño: De Fanático a Jugador

 Desde mi nacimiento en Venezuela, en el hermoso estado de Lara, siempre he sido un apasionado del béisbol. Este amor por el juego era bastante común en mi tierra, pero uno de mis recuerdos más antiguos, aunque difuminado en el tiempo, es la celebración del primer título de nuestro equipo regional, los Cardenales de Lara. Aunque no tengo un recuerdo nítido de esa temporada en particular, sé que a partir de la siguiente, me convertí en un fiel seguidor de ese equipo y del juego en sí. Aunque no puedo recordar con certeza quién me enseñó las reglas del béisbol, supongo que fue mi papá. Sin embargo, lo que recuerdo con absoluta claridad es una temporada en la que las chapas de algunas maltas, creo que eran de la marca polar, venían con los logos de los equipos de la LVBP.




Pocos años después de haberme convertido en un apasionado del béisbol, comencé a jugar en la liga menor para lo que, en mi humilde opinión, fue el peor equipo de la MTC: Sideturitos. Excepto por tres o cuatro niños talentosos, el resto éramos realmente malos. A pesar de jugar en uno de los mejores estadios de la liga y tener algunas comodidades que otros equipos envidiaban, como agua potable siempre disponible en los dugouts y un entrenador que había sido jugador profesional, nuestro equipo no lograba mejorar.

Mis primeros años en el béisbol fueron bastante frustrantes. Me encantaba el juego y soñaba con convertirme en un jugador profesional. En casa, muchas tardes salía alrededor de las 5 de la tarde con un trozo de madera para golpear piedras, y así pasaba muchas noches. También organizaba partidas callejeras con mis vecinos, a las que  llamábamos coloquialmente "caimaneras", y en esas partidas no lo hacía tan mal. En las prácticas con Sideturitos, tampoco me iba tan mal. Pero los fines de semana, cuando llegaba el momento de batear en los juegos, me ponía muy nervioso y siempre fallaba.

Creo que en mis primeros dos años, me ponchaba cada vez que entraba al cajón de bateo. Luego, en mi opinión, comenzó a ser cuestión de mala suerte. Comencé a conectar la pelota con más frecuencia, pero siempre era out. A pesar de no ser bueno, disfrutaba cada momento que pasaba en el campo de juego.

Los años pasaron, y al mismo tiempo, el equipo Cardenales de Lara se volvía cada vez más popular. En esa época, tenían una alineación de jugadores criollos envidiable: Giovanny Carrara, Edwin Hurtado, Robert Pérez y mi ídolo personal, Luis Sojo, quien era el líder del equipo. Era un bateador excepcional que solía regalar el primer strike y rara vez abanicaba. Este fanatismo por el equipo también me llevó a seguir los juegos de la MLB, principalmente para seguir a estos jugadores durante la larga espera entre temporadas en Venezuela, que duraba solo cuatro meses, y parecía una eternidad hasta la siguiente.

En 1997, en casa de mi abuela, contrataron un servicio de cable, algo que en ese momento era un verdadero lujo y novedad. Recuerdo que lo primero que vi en la televisión por cable fue la noticia internacional sobre la trágica muerte de la princesa Diana de Gales. Entre los muchos canales disponibles, había uno que se convirtió en mi favorito: el Canal 29 de Béisbol, donde transmitían documentales, técnicas de bateo y picheo, además de películas relacionadas con el béisbol. Creo que llegué a conocer la programación de ese canal de memoria. Además, por esa época, comencé a llevar registros de los juegos como si fuera un anotador oficial y seguía los partidos por radio, escuchando la voz de Alfonso Saer, minuto a minuto.

Después de aproximadamente dos años como jugador, finalmente logré mi primer hit. Recuerdo que mi papá me prometió regalarme 50 bolívares si lograba conectar un hit (aunque creo que nunca pensó que lo haría). Ese hit fue un línea al center field, y a partir de ese momento, me convertí en un jugador promedio con tendencia a no ser tan bueno.

Cuando pasé a la categoría pre-infantil e infantil, mi entrenador Prato me convirtió en lanzador. No era un pitcher de alta velocidad, sino más bien uno astuto que variaba la velocidad y trataba de desconcertar a los bateadores con movimientos extraños. Tuve un momento difícil cuando viajamos a Valera para un juego interestatal y me puse nervioso, lo que resultó en cinco boletos consecutivos. Fue un día doloroso y lloré mucho, pero unos meses después tuve mi revancha.

Había un equipo, "Vialidad", que tenía un uniforme parecido al nuestro, pero ahí se detenían las similitudes. Siempre ganaban el campeonato y, durante todos los años que jugamos contra ellos, nos habían derrotado por knock-out, lo que en esa liga significaba una diferencia de 15 carreras. Mi entrenador Prato me dijo: "David, lanzarás el domingo contra Vialidad". Por alguna razón, no me puse nervioso y sentí que podía hacer algo grande. Entrené con mucho esfuerzo durante esa semana y mi papá me dio algunos consejos sobre cómo variar la velocidad de mis lanzamientos. También había visto en el Canal 29 de Béisbol cómo lanzar curvas, rectas de dos costuras y sinkers, aunque estaban prohibidos para esa categoría. A pesar de eso, decidí usarlos, especialmente para intentar ponchar a los bateadores.

Llegó el día del partido, y fui el lanzador abridor. En seis innings, no permití carreras, me conectaron solo dos hits y di dos boletos. Fue una actuación fenomenal, y lo mejor de todo es que llegamos al séptimo y último inning ganando 1-0. Fue una sorpresa total ver al peor equipo ganándole al favorito. Salí a lanzar ese séptimo inning y, aunque di un boleto, mi entrenador Prato salió a calmarme y me recordó que lanzara la pelota al plato. Logré ponchar al siguiente bateador, pero luego ocurrió algo inesperado. Con un corredor en primera y un out, lancé una recta en el centro del plato, y el bateador conectó un elevado alto hacia el center field, donde estaba nuestro mejor jugador, Junior. Parecía un out seguro, pero Junior se confundió y la pelota cayó detrás de él, proyectándose hacia el largo center field del estadio de Sidetur. Fue un jonrón dentro del campo, y terminamos perdiendo 2-1. Salí del campo llorando, pero mi mamá, mi papá y mi tío Ulises estaban muy orgullosos de mi actuación en ese que consideré mi mejor día en el terreno de juego.

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